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lunes, 6 de octubre de 2008

LECTURA, ESCRITURA E INTERPRETACIÓN DE TEXTOS

La lectura y la escritura son actividades interdependientes, prácticas complementarias y recíprocas, escribir es expresar con especial rigor y cuidado el arte de la lectura. Sin embargo, para escribir con efectividad es muy importante el nivel de experiencia lectural del sujeto, lo que implica haber leído antes en una proporción significativa, haber interpretado diversos textos y encontrado en éstos los argumentos suficientes para ser considerados en el momento de iniciar el proceso de escritura. Los textos son leídos e interpretados dependiendo de la disposición anímica del individuo, la edad, las áreas de interés, la interacción con su medio y las lecturas previas.
Ser lector se puede convertir en una práctica gratificante siempre y cuando se realice de manera libre y los propósitos que se persiguen estén claros, entre algunos, se pueden nombrar los siguientes: se lee para comprender el mundo, para comprenderse a sí mismo o simplemente para vanagloriarse de ser un gran erudito; de cualquier forma, todas las opciones son válidas cuando el lector obtiene lo que se propone.
La lectura es de por sí una actividad placentera cuando se ha convertido en un acto casi natural pero no siempre llega a ser una experiencia. A veces no pasa de ser una actividad más, por ejemplo, cuando se le convierte en una tarea, en un ejercicio de clase o en un pretexto más para hacer un “taller de promoción”. Para que la lectura resulte ser una experiencia, "hay que dejarse afectar, perturbar, trastornar por un texto del que uno todavía no puede dar cuenta, pero que ya lo conmueve. Hay que ser capaz de habitar largamente en él, antes de poder hablar de él”.
La escritura, en cambio, es un proceso mucho más complicado ya que en éste entran en juego desde el uso de mínimas normas de redacción y conocimiento de la lengua, hasta complejos procesos de abstracción y transmisión de información. La escritura en gran parte es formalidad, a través de ésta se le presenta el mundo al lector de manera ordenada y clara, no de forma “débil o informal” como se representa en nuestra mente o a través de la oralidad en situaciones cotidianas de socialización.
Todo texto es una linealidad de signos que puede ser explicada a través de la observación y el análisis de su estructura interna, es un material homogéneo susceptible de ser observado desde sus elementos más mínimos -los fonemas- hasta la concepción del texto como una extensa frase (si se tratara de una novela, por ejemplo) que expresa una intención, como un discurso.
El lector se puede conformar con mostrar la estructura sobre la que se sustenta el texto, tratarlo como un objeto sin mundo y sin autor, sin contexto, dar cuenta del conocimiento de éste a partir del análisis de sus relaciones internas, de su estructura formal. También se puede emprender el camino hacia una lectura de nivel más complejo, vital y enriquecedor, se trata del paso de la observación y la comprensión al paso de la interpretación.
Para comprender un texto no es suficiente con explicar su funcionamiento y las particularidades que lo caracterizan a nivel microestructural (tiempos verbales, pronombres, cohesión lexical, etc.); tampoco es pertinente interpretar los textos sólo en relación con los gustos, percepciones o preferencias actuales del lector, es decir, desde perspectivas plenamente subjetivas; lo ideal, cuando de acceder a textos escritos se trata, es concebir la comprensión y la interpretación como dos aspectos complementarios y recíprocos. Es inadecuado concebir la comprensión como una práctica del dominio de las ciencias naturales y la interpretación como el objetivo de las "ciencias del espíritu", la comprensión como un ejercicio objetivo y desapasionado y la interpretación como un proceso subjetivo y dominado por instancias psicológicas. Lo que el lector debe lograr es la fusión de la interpretación del texto con la interpretación de sí mismo.
El escrito (a diferencia de la narración o el diálogo oral) conserva el discurso y hace de él un archivo disponible para la memoria individual y colectiva, que permite al lector apropiarse de la escritura con el propósito de realizar nuevas interpretaciones de los textos y de sí mismo. A lo largo del proceso de interpretación, que se empieza a prefigurar a partir de la comprensión, la intertextualidad ocupa un lugar central: si la lectura es posible, es porque el texto no está cerrado en sí mismo, sino abierto a otra cosa; leer es, sobre todo, encadenar un discurso nuevo al discurso del texto, relacionar experiencias anteriores de lectura y de vida y actualizar o activar la lectura de nuevos textos o de textos ya leídos a partir de perspectivas nuevas; la capacidad de reactualización de los textos es lo que garantiza su carácter abierto.


Glenys Pérez

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